jueves, 24 de noviembre de 2011

Sentir la montaña

Vistas desde el Pico Peiró
Transcribo a continuación un interesante y bonito artículo de opinión de Carmelo Marcén Albero, publicado en Heraldo de Aragón el 22 de agosto de 2011.

En sus líneas, aparecen algunos de los motivos por los que subir montañas... además de otras reflexiones sobre la seguridad, con las que se puede o no coincidir.

Lo primero es la belleza permanente de las montañas. Las siluetas de los montes y picos simulan atalayas que nos vigilan, los barrancos cuentan la intención transformadora del agua. Las plantas, con su policromía permanente, ejecutan estrategias para atraer a los insectos polinizadores en unos casos o para adaptarse a las condiciones meteorológicas en otros. Los sonidos de los animales componen la eufonía perfecta que componen la eufonía perfecta que comparten con la cadencia del viento. Olores, colores, sonidos y figuras matizan el paisaje de nuestros montes desde el más humilde cerro del valle del Ebro hasta la más alta cumbre de los Pirineos.

La conquista deportiva de esas atalayas o el paseo reparador por sus laderas viene después. Tanto los excursionistas como los montañeros, o los simples observadores, sienten confortado su espíritu cuando realizan cortos paseos o itinerarios complicados por las ascensiones, aunque a muchos les suponga un gran esfuerzo.

Son impresiones cortas, si las comparamos con la permanencia de las cualidades de las montañas, pero son la recompensa por hollar la cima o por recorrer el camino. Se convierten en episodios grandiosos que enriquecen la memoria y sirven para relatarlos. Dignifican la montaña en la cultura colectiva.

Durante este verano, la montaña de Aragón no ha sido noticia por su belleza ni por las hazañas deportivas. Heraldo ha recogido a menudo rescates en Guara, Pirineos, etc. En ocasiones, se trata de simples extravíos, pero en otras se evacuaban heridos de diversa consideración e incluso se han perdido vidas. La nómina es elevada y heterogénea: montañeros en solitario o en compañía, familias, jóvenes y mayores, grupos de colonias de verano, españoles y franceses y muchos niños. La Guardia Civil ha tenido que socorrer en tres casos a altas horas de la madrugada a grupos en los que iban menores.

Cuesta entender que haya gente que se lance a la aventura en camiseta y playeras, ellos mismos y los niños que los acompañan. No queremos imaginarnos lo que hubiese sucedido de no existir los teléfonos móviles para avisar y los equipos de salvamento, que están siempre prestos para acudir y son merecedores del reconocimiento colectivo.

Los verdaderos montañeros saben que siempre hay un riesgo en las ascensiones, que un segundo de fatalidad puede hacerles perder a algunos de los suyos, por lo que salen siempre muy preparados. No existe una explicación cabal para justificar el aumento de accidentes de este año. Hay quien dice que el azar y la mala suerte están en su origen; sin duda, los imprevistos han tenido algo que ver, la cambiante meteorología ha pillado a los confiados.

Pero parece que son otros los factores que provocan este rosario de sucesos, sin duda muy ligados a las razones que impulsaron a esas personas a lanzarse a la aventura de conquistar los montes. La irresponsabilidad, la necesidad de vivir experiencias fuertes para vencer el tedio cotidiano, la despreocupación de adultos que ponen en peligro a sus hijos, el sentimiento de triunfo cuando se baja rápidamente un barranco que los siglos han modelado o cuando se derrota a un gigante pirenaico creyéndose ‘pasabanes’ o ‘pauneres’ a los que hay que emular. Pero la montaña no es el mejor escenario para organizar yincanas.

Belleza y superación de retos no están reñidas, más bien se complementan y unidas provocan emociones y engrandecen a la montaña. Pero no pueden estar oscurecidas por las tragedias montañeras que, como este año, sacuden a los accidentados y a sus familias. Hoy cuesta muy poco informarse en Internet o en las guías. También se puede acudir a personal especializado que conduce con tino por los senderos a la vez que comunica su amor y respeto por el lugar. Así se evitan apuros a uno mismo y a las personas que forman los equipos de rescate.

La gente que desprecia el riesgo en la montaña no la respeta y no encontrará el sentimiento placentero del que hablan Eduardo Martínez de Pisón y Sebastián Álvaro. Por eso, hay que fomentar las campañas informativas y educativas en los lugares más concurridos. Habrá que estudiar si son necesarias, además, otras actuaciones, puestas ya en marcha en otros lugares, como las limitaciones de acceso o el copago de los rescates cuando se demuestre la imprudencia de los rescatados.

Más información:
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